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Artículo de opinión ·

Nuevos rostros hemos visto por la Universidad en este principio de semestre, jóvenes que inician su recorrido por nuestro campus con la timidez de quien entra en un terreno desconocido, pero dispuestos para emprender, de uno u otro modo, la travesía que se les abre en seguida; la diversa expresividad de sus semblantes al recorrer los senderos universitarios nos pone a meditar en todo aquello que significa acoger seres actuales, que en su edad temprana se encuentran con la formación superior, a menudo, como si asistieran a una tienda a elegir una prenda; jóvenes de estos tiempos, caracterizados como generación millennial,  por tanto, digitales, hiperconectados, superinformados; jóvenes de la marca y del recurso visual, más que de la palabra: en estas circunstancias, ¿cómo responder a este nuevo modo de ser de las generaciones actuales en el contexto problemático de su formación superior? ¿qué nuevas estrategias diseñar para acompañar efectivamente su ruta formativa?; ¿cómo irradiar entusiasmo ante la necesidad de estudiar, si es que vienen con vacilaciones o distracciones?; ¿cómo responder a sus expectativas, si es que esperan mucho de su carrera elegida?; ¿en qué forma enfrentar las amenazas de abandono, absentismo, desaliento en medio de una realidad hipertextual y, por consiguiente, colmada de opciones?; ¿cómo fijar los elementos de la formación integral por los cuales las nuevas generaciones interioricen la necesidad de educarse, entendiendo que las exigencias socio-económicas, políticas y culturales pueden ser proclives a moldear un tipo de reduccionismo al acentuar el lado pragmático de una determinada carrera universitaria?; ¿cómo enfrentar el problema del fin y los medios que conlleven a asimilar el triunfo, el éxito, la fortuna, el poder y el dinero como un medio y al ser humano, las criaturas y la naturaleza como el fin en sí mismos? Todas estas inquietudes y otras conexas conducen a reflexionar sobre la necesidad de pensar en la Universidad a propósito del equilibrio, a manera de aurea mediocritas, que debe existir entre los componentes fundamentales y humanísticos de la educación superior, si queremos atraer jóvenes seducidos por su formación íntegra como condición indispensable para nacer, cada cual, a una segunda humanidad. Esto es, jóvenes animados a la práctica de sus virtudes: corporales, intelectuales y morales (epimeleia); animados por la intervención en los asuntos de la ciudad (Politeia); por el cuidado de la naturaleza (otredad); en fin, por su cuidado espiritual, en cuanto experiencia personal con Dios (trascender) Un nuevo ser universitario está llegando a nuestras aulas, preparémonos para asumir el desafío que este acontecimiento implica.

Alexander Muriel

Docente Centro Interdisciplinario de Estudios Humanísticos

Universidad San Buenaventura Cali

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