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Artículo de opinión ·

<<La verdad se desintegra en polvo informativo arrastrado por el viento digital>>

Byung-Chul Han, Infocracia (2022)

Un signo de nuestro tiempo es la estrecha relación entre la expansión social de las redes de información y comunicación, junto a las noticias o mensajes falsos -fake news-, las agresiones mediáticas racistas y sexistas, la exposición vengativa de la intimidad, y la distorsión de hechos para crear pánico, miedo o zozobra. Lo interesante y preocupante de lo anterior, es la fuerza que este signo de época ha adquirido en las campañas políticas; entre fake news, distorsiones informativas y salas de prensa editando e inventado noticias para el trending topic, se enrarece el ambiente político. Algo de razón tenía el sociólogo Pierre Bourdieu en su libro titulado Sobre la televisión (1996), al plantear las encrucijadas de un actor clave en este escenario, como lo es el periodismo que, en su paulatina dependencia de los grandes poderes económicos, trae como consecuencia la autocensura y/o el uso informativo al servicio de sus propietarios o de interés relacionados.

Nuestro país no es ajeno a lo anterior, no solo porque se inscribe en tendencias globales del uso de información, sino porque algunos dueños de grandes medios y sus noticieros son, al mismo tiempo, dueños de grandes empresarios y contratistas del Estado que, en no pocas ocasiones, afectan la labor del periodismo. La evidencia más reciente es la Revista Semana que, luego de la compra que hizo de ella el grupo Gilinsky, tuvo un cambio en sus políticas editoriales, rediseñó su ecosistema informativo y vivió tensiones al interior por despidos de periodísticas investigativos emblemáticos, no solo de la revista sino del país, y la renuncia de otros al no compartir los nuevos rumbos de la revista. A lo cual debe sumársele la reciente renuncia de su directora, Vicky Dávila; sobre todo, el uso que hizo ella del medio para su actual candidatura presidencial.

Pero, más allá de los enfoques periodísticos, usos y de sus financiadores, el asunto central y de preocupación, es la explicites de los intereses de estos grupos en medios de circulación nacional y local, ello porque ponen en tela de juicio el ejercicio mismo del periodismo que, en una suerte de línea editorial que pondera, enfatiza, encuadra y edita imágenes y discursos, al parecer tienen la función de poner en entredicho y en duda los argumentos, ideas o propuestas de actores políticos, sociales, culturales considerados inadecuados a la visión editorial. De ahí la reiteración o repetición de temas que sugieran dudas e incertidumbres. Significantes negativos que, editorializados y masificados, inciden en los imaginarios del común, agenciando una especie de estado de opinión que exacerba emociones negativas, apocalípticas o vergonzantes del otro o los otros.

Así, el estado de opinión supone una estrategia narrativa que acude al entretenimiento como telón de fondo. Es decir, parte de la edición noticiosa apela al dramatismo, al amarillismo, a la exageración, a la hipérbole, a la adjetivación y a la duda en el relato, de tal manera que despierte interés – muchas veces morboso – para atrapar al espectador. Byung-Chul Han, en su libro Infocracia (2022), lo ha sintetizado de la siguiente manera: “la mediocracia es al mismo tiempo una teatrocracia. La política se agota en las escenificaciones de los medios de masas […] El entretenimiento es el mandamiento supremo, al que también se somete la política”. Esta mediocracia refiere la emergencia de la televisión como mediación social y comunicativa, que el autor recordando a Jürgen Habermas, valora como parte de la crisis de la democracia, en tanto la conjunción de entretenimiento y emociones, que la televisión promueve, debilita la razón política. La información termina editorializada en clave de exacerbar las emociones ciudadanas y, como consecuencia, incidir en sus decisiones.

Si bien este juego de los medios de comunicación masiva, en especial algunos noticieros y revistas de opinión, sobre todo en las contiendas electorales, no deja de ser una señal de alerta para los tiempos por venir, tampoco se trata con estas observaciones de atentar contra la libertad de prensa. Ni más faltaba. Pero sí de abrir y promover un espacio de reflexión y deliberación pública sobre la relación entre medios de comunicación y democracia. No basta con advertir que dicha relación es un campo muy delicado y lleno de zonas grises que pueden desbordar en censura o en amarillismo. Pero lo central es entender que las democracias modernas, su buena “salud”, es inentendible sin el papel que juegan los medios de comunicación, sobre todo en un país con tradición de buen periodismo, al punto que han sido algunos/as periodistas quienes han develado un sinfín de tramas de corrupción y excesos del poder. Sin embargo, no se puede obviar lo que está sucedido y asumirlo como un augurio de lo que puede seguir sucediendo en un país dividido electoralmente. Entonces, la pregunta es: ¿qué lugar y papel han de jugar los medios masivos de opinión en contextos de complejidad política?

Julio César Rubio

Docente Facultad de Ciencias Humanas y Sociales

Universidad de San Buenaventura Cali

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