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La manía por la rentabilidad financiera parece haber llegado a las Universidades para no salir nunca más. Resulta que ahora, además del número de publicaciones e índices de citación, como mejor indicador de la calidad del trabajo de los académicos, tenemos el de la rentabilidad financiera de la investigación, la que debe demostrarse incluso antes de empezar a investigar. Proyecto que no parezca rentable, no se hace. Este enfoque genera varias consecuencias negativas. Primero, centra la atención en la cantidad, no la calidad y en el mejor de los casos, convierte a los investigadores en mendigos de citas de sus trabajos con colegas cercanos o, en el peor, en estafadores que pagan por subir sus índices de citación. Segundo, la rentabilidad como supuesto necesario para emprender un proyecto y visto como el principal factor de éxito para una investigación, saca a las Universidades de su ser y de su esencia, pues reemplaza el amor por el conocimiento, por el amor por el dinero.

Pensemos que, un físico teórico o experimental, que busca encontrar los orígenes del Universo, tuviera que centrar su atención en la rentabilidad de su investigación ¿puede haber un conocimiento más inútil que este? Lo que guía el interés de este científico, no es la utilidad material de su investigación, mucho menos si eso se puede vender, es rentable o los costes de oportunidad del proyecto son favorables ¿Cómo se mide el coste de oportunidad de esta investigación, contra una inversión en bolsa? Lo que mueve la investigación es la pasión y obsesión por comprender algo, por encontrar las respuestas a preguntas que nos hacemos los seres humanos y que contestarlas nos ayuda a darle trascendencia a la vida.

Tomas de Aquino quien trabajó en probar de manera lógica y racional la existencia de Dios, hubiera tenido problemas serios para poder trabajar en muchas de nuestras actuales instituciones Universitarias. Difícilmente podría demostrar la rentabilidad financiera de tales investigaciones. Esta exigencia por la rentabilidad de las investigaciones, es por demás, estúpida. Los académicos, puestos en función de vender o hacer rentable lo que hacen, se ven amarrados por algo que no saben hacer, lo suyo es producir conocimiento, no rentas. No digo que lo que hacen, no pueda terminar siendo útil y rentable; solo que es un desperdicio de talento, poner académicos a pensar en esto. Personas con otros talentos y pasiones, deberían dedicarse a buscar la rentabilidad de aquello que los investigadores hacen. Son otros, los que deberían dedicarse a buscar la utilidad en lo que se investiga, hacer equipo con el académico y cada quien dedicado a lo suyo.

Carlos Andrés Ruiz Soto

Escuela de Gobierno y Relaciones Internacionales

Facultad de Derecho y Ciencias Políticas – Universidad San Buenaventura Cali

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