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Artículo de opinión ·

A menudo se dice que estos son tiempos de crisis, aunque, habrá quienes objeten que la humanidad ha sido constante crisis; con todo, acontece algo novedoso; una inquietud que, según Foucault ya advierte Kant, y es la consabida pregunta por el presente; y quizás ninguna época como la nuestra ha estado tan urgida de interrogarse a sí misma y, seguidamente, considerar un determinado ser consciente de la crisis y , más aún, entender que ésta es sui generis; vale decir, con unos rasgos distintivos: de complejidad, severidad, perentoriedad, conectividad, universalidad e irreversibilidad. Los problemas generados en el mundo, referente al clima, al sujeto, al hambre, a la guerra, etc., constituyen ese marco crítico y son responsabilidad del mismo ser humano. En todo caso, lo distintivo del mundo actual, ya sea sociedad del hombre unidimensional (Marcuse), sociedad del riesgo global (Beck), sociedad líquida (Bauman), sociedad de la información (Castells), sociedad del conocimiento (Kruger), sociedad de consumo (Baudrillard), sociedad del hiperconsumo (Lipovetsky), sociedad del cansancio (Byung-Chul Han), etc., da testimonio de esa condición sui generis, precisamente porque siendo seres arrojados a nuestra libertad, nos aferramos necesariamente a lo más pragmático, como suplir necesidades cada vez más numerosas, procurar recursos paulatinamente considerables; satisfacer deseos y entretenimientos sostenibles y excitantes; en fin, actuar esperando la utilidad. No podríamos asegurar si esto es malo o bueno, pero en estas condiciones, por ejemplo, formarse en un oficio o profesión equivale casi que a adquirir destrezas para ganarse el pan nuestro de cada día y asegurar recursos y territorio; el triunfo, el éxito, la fortuna, avivan nuestras ansiedades y desvelos, ante el espectro del fracaso o una vida de privaciones; por consiguiente, es una disposición por poseer, por cualquier medio y modo, con lo que ineludiblemente asistimos a un mundo en corrupción, un mundo traqueto, en guerra por el control de los recursos; un mundo de la avidez. Las ciencias humanas ponen sospecha sobre este orden de cosas y, tal vez por eso, es un saber en retirada. Porque, si la sociedad mercantilizada en forma predominante se ha predispuesto para la conquista y en sentido teleológico para la satisfacción de los deseos, entonces los valores humanísticos en este panorama son un contrasentido. Con todo, paradójicamente, no terminamos de acomodarnos en nuestra zona de confort y, en consecuencia, se nos agolpan interrogantes del tipo ¿qué es la libertad?, ¿qué significa Dios en nuestra existencia?, ¿por qué debemos ser justos?, ¿por qué el deber ser ético en nuestra profesión?, ¿hacia dónde avanza la humanidad?, ¿podremos seguir viviendo juntos?, ¿qué sentido tiene nuestra existencia?, ¿por qué debemos morir?, ¿hacia dónde avanzan la ciencia y la tecnología?, ¿tiene futuro la democracia?, ¿qué es el poder?, ¿están en crisis los valores?, ¿existe la inmortalidad?, ¿por qué existe el mal?, ¿es posible el diálogo entre fe y ciencia?, ¿qué pasará con los animales y las plantas?, ¿es posible un diálogo interreligioso?, ¿por qué la guerra?, ¿por qué el hambre?; ¿por qué me deprimo?, ¿de dónde me viene el trastorno?,¿por qué el suicidio? En última instancia, se trata de plantear qué tan indispensable sea el saber humanístico considerando el rigor de estos interrogantes y si su omisión tenga que ver o no con un camino más o menos tortuoso para la humanidad.

En todo caso, la cuestión ontológica del presente, es decir, la pregunta por el ser y, específicamente, por el “ser ahí” (dasein) -pregunta que según Heidegger ha mantenido en vilo la reflexión filosófica, desde Parménides, Platón y Aristóteles- nos remite a la perspectiva del ser en su temporalidad y su espacialidad; en otros términos, involucra la pregunta por nuestra existencia humana, como esencia, autoconciencia y determinación; asimismo, la existencia de las criaturas y más extensivamente, la existencia de la naturaleza, en cuanto condición de posibilidad de existencia de la vida misma en todas sus manifestaciones. Específicamente, la cuestión ontológica del presente se constituye en marco de referencia vital de la formación humanística del estudiante bonaventuriano; este carácter que da sentido a la finalidad de las humanidades significa enfatizar que, quizás como ninguna otra disciplina, están en disposición y posesión de procedimientos, métodos y categorías para plantear inquietud en torno a la crisis sui generis del presente; la perspectiva epistemológica del saber humanístico, es decir, la finalidad de las ciencias humanísticas, como pensamiento reflexivo, crítico, coadyuvante y formativo, comporta la disposición de abordar la crisis del presente, lo que incluye profundizar el saber del maestro, en los centros de estudios, en los espacios de reflexión, en la interacción con los estudiantes, en la investigación pertinente y la idoneidad puesta en los contenidos de asignaturas humanísticas.

En conclusión, la formación en el ámbito de las humanidades en la Universidad de San Buenaventura, está en correspondencia con aquello que reitera Juan Pablo II en su Constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae, al decir que la Iglesia es “experta en humanidad”, habiendo tomando esta bella expresión de Pablo VI, y recordándonos que necesariamente entre las dinámicas eclesiales está investigar, “gracias a sus universidades católicas y a su patrimonio humanísticos y científico, los misterios del hombre y del mundo explicándolos a la luz de la Revelación”. La Universidad de San Buenaventura, “experta en humanidad”, precisamente por ser Universidad católica y franciscana, se aplica consecuentemente en la formación de la persona íntegra, atenta a la crisis del presente y dispuesta a comprometer pensamiento y acción en procura de principios de solución.

Alexander Muriel Restrepo – Docente del CIDEH

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