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Artículo de opinión ·

Ya hace más de 2.000 años, Aristóteles afirmó en su obra Retórica que esta radica en «la facultad de considerar en cada caso lo que puede ser convincente» (Pág. 52). En relación con los argumentos que se generan a través del discurso, identificó que los hay de tres especies: aquellos derivados del comportamiento del orador, de la disposición de la audiencia y los originados por el discurso mismo.


En esta ocasión, hablaré de la segunda especie. Sobre esta nos dice Aristóteles que “no tomamos las mismas decisiones afligidos que alegres” y que los oyentes pueden ser inducidos a un estado de ánimo determinado, lo que implica que los oyentes pueden ser influenciados por su estado emocional al recibir un mensaje persuasivo. Este aspecto cobra relevancia en el contexto actual, como quedó patente en el reciente debate a la Alcaldía celebrado el 17 de agosto en la Universidad de San Buenaventura Cali.


En este, parece que muchos candidatos, 2.000 años después, siguen sin entender la importancia que tienen los destinatarios de su mensaje en una campaña política. En este punto, es esencial reconocer que en un mismo entorno pueden coexistir diversos receptores, quienes accederán al discurso a través de distintos medios. Durante el mencionado debate, podemos hablar de cuatro grupos de público: aquellos presentes en el auditorio, mayoritariamente representantes de la comunidad educativa; los espectadores que sintonizaron el evento en vivo a través de YouTube, llegando a más de 1.000 personas, y quienes se conectaron posteriormente, sumando más de 7.700 visualizaciones; los que se enteran a través de plataformas como Twitter o notas en medios de comunicación; y, los que escuchan del debate a través de quienes asistieron.


Cada uno de estos oyentes posee características y disposiciones únicas para ser persuadidos, y el medio a través del cual reciben el mensaje modula su impacto. Por ejemplo, mi disposición para asimilar información difiere en Twitter y en un aula de clases. No es lo mismo dirigirse a un auditorio físico, donde ves al auditorio y este te ve a ti; o, comunicarse a través de la pantalla de un televisor.


La principal tarea de los candidatos radica en convencer a un gran número de individuos sobre distintos aspectos y lograr combinar estas convicciones para configurar actitudes favorables al voto, que, en última instancia, se traduzcan en el deseado voto. Surge así la necesidad de no solo elegir cuidadosamente qué decir, sino también cómo hacerlo. En este sentido, la identificación precisa de la audiencia adquiere relevancia, pues nos ayuda a definir el cómo. En el caso del debate se debía decidir a quiénes dirigir el mensaje de campaña: ¿los seguidores en Twitter? ¿los espectadores de YouTube? ¿los que solo accederán a las noticias televisivas? ¿los asistentes presenciales?
Vamos a centrarnos en los más de 500 asistentes presenciales, que podrían ser un público de gran impacto. Estos tienen la oportunidad de ver y tener contacto directo, por ejemplo, una fotografía con los candidatos. Llegar a estos puede subir el entusiasmo a un elector o desactivar el de la competencia. Un entusiasta tratará de convencer a sus allegados. 


Así, los equipos de campaña no solo deben preparar a sus candidatos, sino también atender meticulosamente los detalles para generar el estado emocional necesario en los oyentes y proyectar credibilidad. En este sentido, resulta desconcertante que los equipos de campaña no tengan, así como el candidato, una preparación adecuada en estos aspectos. Son la cara directa, a veces la única, que tendrán los electores con el candidato.  Durante el debate, fue evidente la hostilidad de algunos equipos hacia los estudiantes y la comunidad educativa en general. Incumplían las normas del evento y, en ocasiones, atacaban a los estudiantes organizadores cuando estos intentaban decirles algo. Utilizaban el pretexto de estar en campaña y pertenecer al equipo del candidato X, como si esto les concediera la prerrogativa de imponerse sobre los demás. El incidente más serio involucró al equipo de Deninson Mendosa, quienes llegaron a agredir físicamente a estudiantes empujándolos cuando les les indicaban que no había más cupos disponibles.


Al terminar el debate, consultamos a los asistentes sobre su percepción de los candidatos, y el ya mencionado, recibió calificaciones particularmente bajas. En mis clases, consulté a mis estudiantes sobre sus impresiones del debate. Aunque la mayoría afirmó que su intención de voto no se vio muy alterada, manifestaron les dejó claro por quién no votarían en ninguna circunstancia. Los nombres más mencionados fueron los de dos candidatos que llevaron seguidores al auditorio, pero cuyos comportamientos parecían a los de unas barras bravas. 


Concluyendo, no perder de vista que el equipo de campaña es lo más cercano que muchos estarán del candidato. Una mala actuación del equipo es cobrada al candidato, es como si fuera él ejecutándola y puede resultar decisiva en las actitudes y conductas de los electores. 

Carlos Andrés Ruiz Soto

Profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas

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