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Artículo de opinión ·

Sara recibe la invitación de participar como concursante en un programa de televisión. Desde entonces, sueña no solo con estar en la pantalla, sino con recuperar el cuerpo esbelto de aquella epoca donde su difunto esposo la admiraba, y su amado hijo Harry se graduaba del colegio. Pero el tiempo es un real que no cesa, y lo que alguna vez fue queda en la memoria teñido de nostalgia. Ante la ilusión de aparecer en el programa y no ser la mujer que es, Sara inicia su consumo de pastillas para adelgazar. Harry, por su parte, tiene ansias de prosperidad y éxito, ideales socialmente aceptados y promovidos. Siendo ya consumidor de sustancias psicoactivas, se le presenta la oportunidad de “ganar en grande” vendiendo droga. Adicionalmente, sueña con cumplirle el sueño a su novia de tener un almacén de ropa diseñada por ella misma. En el fondo, Sara sueña no tanto con la televisión y el cuerpo ideal, sino con el abrazo amoroso de su hijo; y el par de novios sueñan con un futuro en el que puedan compartir juntos, lejos del mundo de las drogas. Pero una vez iniciado el viaje del consumo, los personajes de esta historia, que se narra en la película Requiem por un sueño, quedan consumidos por la misma droga, dando muerte a sus sueños. El sujeto que consume es también objeto consumido por un capitalismo salvaje que, con sus diversas maneras de consumo (alcohol, tabaco, sustancias psicoactivas, anfetaminas, etc.), permite sobrellevar los duelos, suspender la propia existencia e incluso potenciar, ilusoriamente, la productividad laboral, el rendimiento físico y sexual. A esta modalidad de consumo, Galende (2008) la denomina “la ilusión de no ser” quien soy.

Esta película, producida por Darren Aronofsky, habla sobre la adicción y la muerte de los sueños. Después de todo, un requiem es la composición musical que se canta a los difuntos; y en una sociedad donde prima los ideales de éxito, productividad, eficacia, belleza, riqueza; y donde además se pretende que cada uno lo logre por sí mismo, es fácil confundir los ideales que enceguecen con los sueños que avivan el deseo.

Freud, en el “Malestar en la cultura”, se pregunta porqué el hombre no es feliz, aun habiendo logrado sorprendentes adquisiciones culturales, cientificas y tecnológicas que en otros tiempos serían impensables. Habla de una suerte de “dios protesis” gracias al progreso de la civilización plasmado en la invención del avión, del tren, del teléfono, etc. También profetiza sobre “tiempos futuros que traeran nuevos y quizás inconcebibles progresos … exaltando aún más la deificación del hombre”; sin embargo él no es, ni va a ser feliz, ya que “estos órganos auxiliares” producen, paradojicamente, muchos sin sabores.

Los “organos auxiliares” de nuestro tiempo son los celulares que nos comunica a lugares remotos en tiempo real, las redes sociales, la inteligencia artificial, y demás objetos de consumo que “empuja al son del imperativo ¡Goza!” (Seldes, 2019), que aunado a exigencias capitalistas como la eficacia, el rendimiento, el performance; y sumado al ideal de belleza, éxito y dinero, ha hecho del hombre contemporaneo un ser sin brujula, corriendo riesgo la propia vida.Es por esta razón que frente al goce mortifero producido por estos “organos auxiliares”, que quita ilusioriamente las penas, propongo el “intento de existir”, donde la senda del sueño, en su vertiente de deseo vital, se recupere; y en lugar de requiem por un sueño, requiramos sueños para desear. Esta es la semilla que pretendo sembrar en las clases de psicopatología, clínica y en el Semillero Clínica y Salud Mental.

Mónica Patricia Larrahondo

Docente Facultad de Ciencias Humanas y Sociales

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