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Artículo de opinión ·

Existe una aparente crisis de lectura de libros impresos atribuida, en gran medida, al uso de Internet y su versatilidad para adaptar diversos lenguajes y formas de escritura. Sin embargo, el más reciente estudio realizado por Invamer para la Cámara Colombiana del Libro “Hábitos de lectura, asistencia a bibliotecas y compra de libros en Colombia 2023”, muestra la preferencia de lectura de libros impresos, con un 55 %; frente a un 8 %, que se inclinan por el formato digital; y un 27 %, que combina ambos formatos.
En esta lógica, como lo señala Jesús Martín Barbero, la Escuela ha sido una institución que se ha apoyado en el texto impreso para establecer sus lógicas de autoridad y, particularmente, el libro se ha convertido en un actor principal que la ha acompañado en sus procesos de enseñanza-aprendizaje. A pesar de esto, también ha surgido un afán por “virtualizarlo”, incorporándole archivos de audio, video o imágenes para ampliar la información o generar nuevas experiencias en los usuarios. Pero qué sucedería si nos damos cuenta de que el libro no requiere su inclusión en un formato digital para ser considerado un objeto virtual.

Al parecer, existe un concepto de virtualidad que ha sido poco explorado. Una definición establecida por la Real Academia de la Lengua Española acentúa su confusión cuando plantea que lo virtual tiene existencia aparente y no real. No obstante, Pierre Levy en su teoría de la virtualización señala que este concepto no necesariamente está asociado a lo falso, a lo ilusorio o a lo imaginario, ni tampoco se opone a lo real. De igual manera, plantea la necesidad de establecer una diferencia entre dos formas de virtualidad: 1) la virtualidad que posee un ser humano para crear posibilidades, y 2) el proceso de virtualización de un objeto o un proceso.

Para comprender de mejor manera este asunto, resulta necesario analizar el libro teniendo en cuenta su contenido: el texto. Levy define “texto” como un discurso elaborado o un propósito deliberado; es decir, no se refiere solo a caracteres tipográficos, sino que incluye cualquier forma de escritura que permita crear mensajes, como ideogramas, diagramas o esquemas tanto icónicos como fílmicos. Se refiere a un discurso que tiene una intención comunicativa, que puede ser comprendido por otros. Entonces, el texto resulta ser un objeto virtual sin importar el soporte en el que se escriba porque lo que virtualiza es la memoria; es decir, una función cognitiva, una actividad mental. En este sentido, objetiva o exterioriza lo que está el sujeto está pensando. Y ese resultado puede terminar en un libro, el cual se puede actualizar en diversas versiones, traducciones, ediciones, ejemplares o copias.

Adicionalmente, la virtualización posee dos características fundamentales: la desterritorialización, que consiste en la separación del aquí y el ahora; y el efecto Moebius, que se fundamenta en la posibilidad del paso de lo público a lo privado y viceversa. Por lo tanto, un libro resulta ser un objeto virtual porque permite al autor plasmar su pensamiento en un texto y de esta manera ser leído por otros. Además, un libro impreso puede ser hipertextual porque su tabla de contenido le permite al lector ir a un elemento determinado para ampliar la información; la gran diferencia radica en el aumento de la velocidad a través de un dispositivo que utiliza tecnología informática.

Siendo así, resulta un reto hacer un análisis del libro analógico como un objeto virtual y no solo pensar la virtualidad como el resultado de un proceso de digitalización, exclusivo de los dispositivos móviles o de la llegada de Internet. Es necesario comprenderlo como un proceso humano que hace parte de los procesos de externalización, aunque la tecnología informática contribuya con su aceleración.

Edward Carvajal Arciniegas

Docente Facultad de Ciencias Humanas y Sociales

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