miércoles, 6 de noviembre de 2024
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La gran ventaja de hablar desde la ética —como campo de la filosofía— es su fecundidad en preguntas y que su servicio no deviene en dar respuestas o datos, sino justamente en cuestionar. Así que en este breve espacio más que dar respuestas busco sembrar inquietudes que provoquen reflexiones sobre las siguientes ideas.
Si la Inteligencia Artificial (IA) es la especie, el género es la tecnología. La IA se configura como una herramienta nueva, inquietante y potencialmente peligrosa, pero estas mismas características se han predicado de varios avances tecnológicos. Es costumbre el encarecimiento de los productos cuando se etiquetan como “hechos a mano”, sentimos que el valor y entrega de un producto fabricado con detalle y labor supone una mística que no tendrían los productos industriales y hechos en línea.
La tecnología como transformación de objetos para funciones prácticas es una definición que incluiría como productores de esta a algunos animales no humanos que ya transforman objetos para alimentarse, incluso para curarse. Pero la presunta resistencia a la tecnología sí parece ser exclusiva de algunos grupos sociales.
Tal es el caso de los “luditas” del siglo XIX que son generalmente presentados como muestra de resistencia a la tecnología, grupos de obreros ingleses que rechazaban su reemplazo de labores por máquinas textiles protestaron destruyendo telares mecánicos. En la actualidad porteros de centros comerciales son reemplazados por máquinas que expenden tiquetes; bastan unas cámaras para controlar el acceso a parqueaderos; cajeros de bancos por cajeros automáticos y pagar en almacenes de cadena ya es un ejercicio de diálogo entre la máquina y el comprador en “cajas de auto pago”.
Otro ejemplo, antagónico por afortunado, se puede recrear en la estética, en especial las artes plásticas en el paso del siglo XIX al XX. El descubrimiento y popularización de las primeras cámaras fotográficas significaron un remezón muy fuerte para el arte de la representación, pero lejos de perjudicar la pintura hizo estallar en múltiples técnicas y sentidos lo que se conoce como las vanguardias. Hoy sólo excéntricos “revelan” rollos fotográficos, analógicamente hablando, y todos seguimos disfrutando de las pinturas.
¿Qué hace que se responda diferente a la tecnificación? En los años 60 del siglo pasado el alemán Habermas respondía a infinitas cuestiones, como acostumbra, una de esas respuestas en forma de advertencia creo que se aplica aquí.
En pocas palabras los desarrollos científicos y técnicos tienen un interés —primero— justificado en transformar para manipular y son progresos imparables. Sin embargo, nos deben motivar intereses más sofisticados y exigentes para distinguirnos como seres humanos.
Somos animales de interpretación, este mismo ejercicio de escritura que ni detiene ni regula el fenómeno es un interés —segundo— superior o siguiente que debería caracterizar el ser humano que ya no sólo se preocupa de sobrevivir con herramientas, sino que se aventura a comprender y preguntarse por lo justo. Hoy sentimos y tememos porque esa tecnología alcanza un grado de sofisticación tal que ya no espera a ser utilizada, con danzas de algoritmos y datos complejos determina buena parte de nuestras vidas, define nuestro éxito, nuestras redes y conexiones antes físicas y el reconocimiento y la visibilidad es hoy digital.
Así que no nos queda sino el interés —tercero— de identificar qué determina o “programa” esas máquinas, esas inteligencias: porque como humanos no debemos ser el objeto, ni el medio, es la misma advertencia que nos hace la ética hace siglos. Lo inmoral no es la máquina, es la profunda inequidad que permite la instrumentalización del ser humano. Lo inmoral no son las inteligencias artificiales, sino creer que las discusiones morales y éticas no son obligatorias, emancipatorias y hoy, como siempre, urgentes.
María Liliana Castillo
Docente Facultad de Derecho y Ciencias Políticas
Universidad San Buenaventura Cali