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Artículo de opinión ·

Imagine que encuentra un perro callejero en las peores condiciones: ciego, sin poder mover sus patas traseras y reacio a alimentarse. ¿Lo recogería? Si preguntamos a personas que han encontrado apoyo, compañía, solidaridad, amistad y amor en los animales, la respuesta parece sencilla, sí. Sin embargo, el sujeto racional que acompaña nuestras decisiones probablemente impediría que tomáramos esa decisión impulsada por sentimientos de solidaridad, considerando los altos costos económicos y emocionales.
En estas circunstancias, el perro está desahuciado y es muy probable que muera si una fundación no lo recoge o alguien lo lleva a una veterinaria y asume los costos. Las probabilidades tampoco son alentadoras: las fundaciones, pese a su hermoso trabajo, están saturadas de casos de abandono y maltrato, mientras que, para las personas individuales, asumir tal responsabilidad resulta complicado. El perro seguramente morirá.


El día que esto sucede, me encuentro dando una clase de filosofía del derecho. Trato de explicar algunas tesis de ponderación junto con una serie de silogismos abstractos que el derecho ha intentado implementar para dar respuestas correctas a situaciones difíciles. En esta lógica, los animales en el código civil son considerados cosas. Aun así, la jurisprudencia nacional e internacional ha empezado a implementar ciertas medidas para proteger a algunos animales, especialmente las mascotas. Sin embargo, el derecho no parece ofrecer una solución al caso del perro, no hay precedentes aplicables ni castigo para quien lo abandone. Termina la clase y en mi celular hay varias llamadas perdidas y un mensaje de mi esposa diciendo que llevará al perro al veterinario y tratará de salvarlo. El derecho no pudo hacer nada por el perro, y no esperamos que lo haga por cada ser sintiente que sufra una injusticia. Sería absurdo pensar que el derecho puede llegar a todos los casos. Mi punto es otro: las reglas del derecho surgen y crean categorías dependiendo de la cercanía con los humanos, no lo hacen por la lógica estructurada.


El filósofo Richard Rorty, en un ensayo titulado “La Justicia como Lealtad Ampliada”, cuestiona la razón y la razonabilidad que rodean a los criterios de justicia occidental, sugiriendo que existe un grado amplio de lealtades hacia los más cercanos para ser más justos. En este sentido, el maltrato de mascotas o la prohibición de corridas de toros generan una respuesta más rápida del sistema jurídico porque son temas más cercanos a la lealtad humana y, con ella, a la solidaridad. Pero volvamos al perro: pese a estar dentro de un círculo cercano a nuestras lealtades generales, ese círculo se vuelve más lejano si se trata de obligar a alguien a recogerlo.


Siguiendo el pensamiento de Rorty, podríamos concluir que más allá de la argumentación y las teorías jurídicas estructuradas, necesitamos fortalecer nuestro sentido de fraternidad y solidaridad. El derecho podría responder mejor si se crea un Estado que facilite la solidaridad entre los individuos. Si hubiera más políticas públicas de apoyo a fundaciones de animales, mayor presupuesto para crear
fundaciones públicas, y políticas nacionales y locales dedicadas a los animales en
situación de calle, podríamos desarrollar un sistema jurídico que intervenga antes
de que sea demasiado tarde. Una teoría que integrara estos aspectos con un plan
más amplio sobre los derechos del ambiente y la naturaleza podría contribuir a la
creación de un derecho más proactivo y preventivo. Aunque estos intereses a veces
sean incompatibles, la solidaridad individual nunca será suficiente; se necesita una
política integral que aborde las necesidades, categorías y dimensiones de todos los
seres sintientes.


Posdata: El perro ahora se llama Lulo y es parte de nuestra familia.

James Ivan Coral

Docente Facultad de Derecho y Ciencias Políticas

Universidad San Buenaventura Cali

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