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Artículo de opinión ·

Durante los últimos años, la pobreza ha sido uno de los temas fundamentales de la agenda a nivel local, nacional e internacional. Esta apuesta que agrupa a diferentes escalas territoriales se encuentra alineada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible -ODS- resaltando que el primero de estos denominado “Fin de la pobreza”; establece como meta para el año 2030 la erradicación de esta condición en sus distintas dimensiones.


Frente a lo anterior, es necesario resaltar el trabajo presentado en el año 2011 por Abhijit Banerjee y Esther Duflo titulado “Repensar la pobreza”. En este escrito, los autores – que, por cierto, obtuvieron el premio nobel de economía en el año 2019 junto con Michael Kremer – hacen una invitación a la comprensión de las decisiones que toman las clases sociales menos favorecidas, quienes envueltos en distintas trampas de pobreza continúan perpetuando su condición y siendo señalados en algunas ocasiones como los únicos responsables de este hecho … algo así como “el pobre es pobre porque quiere”. 


De este trabajo, llamó particularmente mi atención lo que los autores denominan la trampa de la pobreza basada en la nutrición y es que no podemos pasar por alto que, de los alimentos, obtenemos los nutrientes necesarios para desarrollar nuestras actividades cotidianas. Por otro lado, el no tener acceso a estos elementos, nos sumerge en una espiral en donde de manera inmediata el hambre nos puede abordar e impedir el desarrollo nuestras actividades de manera eficiente, pero en el largo plazo, este impacto sobre nuestro desempeño puede incidir en los ingresos percibidos convirtiéndose de esta manera, en una trampa de pobreza que afecta al individuo y el entorno en el que se desenvuelve.

 
Los programas públicos enfocados en nutrición -principalmente de aquellos que no deciden lo que comen como los niños y niñas- podrían ser considerados como una “escalera” es decir, un instrumento que permite a este grupo escapar de las trampas de pobreza. Si acaso -es muy probable- existen personas que no son capaces de suplir sus elementos básicos de nutrición, el resto del mundo en consideración de Banerjee y Duflo, debería proporcionársela…esto es lo que hace la diferencia.


Para alegría nuestra, en Colombia contamos con el Programa de Alimentación Escolar -PAE- cuyo objetivo principal es proveer una alimentación adecuada a los niños y niñas de instituciones educativas oficiales. En el corto plazo, su resultado está ligado a la permanencia de los estudiantes en el sistema educativo, pero en el largo plazo, se espera un impacto mayor ¡Estamos dotando de “escaleras” a una parte muy importante de nuestra población!


Con lo anterior, sigue resultando inaudito el manejo que se le da al programa en nuestro país. Día tras día encontramos titulares en las noticias denunciado irregularidades en el marco del programa, alimentos que se dejan de suministrar, porciones reducidas, alimentos vencidos, fruta de mala calidad y sobrecostos, cómo olvidar el famoso escándalo del año 2017 en donde se evidenció la compra de pechugas a $40 mil pesos y la inversión de $39 millones de pesos en 2.800 kilos de canela en la ciudad de Cartagena.

 
Que sea esto entonces un llamado a la reflexión a propósito de las elecciones que se acercan. Como sociedad, no podemos entregar “escaleras” para luego destrozarlas, no tiene ningún sentido, no estamos haciendo la diferencia. No es fácil escapar de la pobreza, pero creer que es posible -porque lo es- nos da una esperanza. 

Jennifer Noreña Serna

Docente de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas.

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